Olors

OLORES

      Ahora que estamos tú y yo en un ambiente cómodo, íntimo y sin comida de por medio, te explicaré mi habilidad más preciada y que siempre he mantenido en secreto porque he creído que las personas no la valorarían y, hasta cierto punto, la rechazarían. Es posible que se me juzgue de bárbaro y sucio. Pero la experiencia también me ha enseñado que si callas y no hablas, entonces se te tacha de persona poco interesante e incluso de cobarde.  

     Todo empezó una tarde cuando decidí ir a los servicios de la oficina. Los dos baños estaban ocupados, pero inmediatamente una de las dos puertas se abrió y salió uno de los principales jefes de la empresa. Entré y el impacto que sufrí fue remarcable. La sensación era la misma que entrar a una sala llena de chicas perfumadas, pero ahora se trataba de un perfume áspero y duro, violento y agresivo. Me vi obligado a respirar por la boca y en el momento en que visualicé el váter, otro choque me sacudió. Las paredes interiores de éste estaban decoradas con diversas tonalidades, marrones y rojas, y gránulos voluminosos. Incluso el agua era de un color poco transparente. No fui valiente para seguir contemplando ese paisaje desolador y oliendo esa atmosfera a azufre. Salí rápidamente, regresé a mi mesa de trabajo y olvidé mis necesidades urinarias. 

     No obstante, desde entonces, cada vez que me cruzaba con aquel director, no podía evitar recordar las condiciones en que había dejado el váter aquel día. De hecho, me di cuenta que era una persona enferma, con esa barriga tan grande, redonda y poco natural. Seguro que sufría problemas digestivos causantes de esa contaminación que pude disfrutar en primera persona. También comencé a fijarme que incluso su cara no transmitía salud; era grasosa y escamada.  

     Tota esa serie de situaciones me hicieron ver la importancia de seguir una buena dieta para mantener una figura interior y exterior digna. 

     Durante todos los años siguientes en los que formé parte de la empresa, escenas como la acabada de explicar se repitieron numerosas veces. 
     Gracias al destino y a mis habilidades analíticas, visuales y olfativas, adquirí la destreza de ir al baño y poder determinar que compañero me había precedido; cada persona tiene sus manías, educaciones y olores. Me convertí en un experto, entraba en el baño, revisaba todo con detalle y mantenía la mente abierta a cualquier posibilidad. 
     En la mayoría de los casos el olor que quedaba era suficiente para poder identificar el responsable. Pero no todo giraba en torno a los olores. Ciertas personas tenían la manía de no tirar la cadena, lanzar los papeles al suelo o mojar los bordes del váter. Un hombre, en concreto, sufría de una considerable caída de vello púbico, dejando todo como si fuera una peluquería, y otro individuo era un experto en salpicar, con un delgado hilado de pipí, la pared blanca a la derecha del inodoro. 
     Lo que también me proporcionaba un alto grado de diversión era caminar por la oficina y cruzarme con los compañeros. Había días que no los identificaba por sus nombres sino por sus tendencias al ir al baño: ahora tengo una reunión con el que siempre baja la tapa, aquí viene el que siempre deja el baño intacto como si acabara de pasar la mujer de la limpieza, o por fin han despedido al que siempre atascaba el váter con la cantidad de papel que utiliza. 
     Llegué a la conclusión de que hay tantas maneras diferentes de dejar un baño como personas viven en la Tierra. Y lo peor es que no todo eran suciedades o extracciones digestivas. También me encontraba con casos de intimidad. Por ejemplo, el de un joven becario al que conocía como el pervertido porque cada mañana, para regenerarse de tranquilidad y paciencia, iba al baño a masturbarse. 

     En fin, la otra noche estaba con un grupo de amigos cenando en el restaurante Tram-Tram de Sarrià y entre el primer y segundo plato, por alguna razón, cada uno empezó a detallar sus habilidades innatas y más sorprendentes. Uno era capaz de memorizar hasta cien dígitos seguidos, otro, con una demostración, nos enseñó que podía beber líquidos a una velocidad increíble, ella hacía ruidos diversos con la boca y él tenía un alto grado de flexibilidad en todas las extremidades. Se convirtió en una rueda en la cual todos los presentes de la mesa fueron participando. 
     Cuando llegó mi turno reí por debajo de la nariz, me pasó por la cabeza contarlo, pero finalmente les dije que mi habilidad era callar en los momentos incómodos. No consiguieron moverme de esta posición. 
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