Todo empezó una tarde cuando decidí ir a los servicios de la oficina. Los dos baños estaban ocupados, pero inmediatamente una de las dos puertas se abrió y salió uno de los principales jefes de la empresa. Entré y el impacto que sufrí fue remarcable. La sensación era la misma que entrar a una sala llena de chicas perfumadas, pero ahora se trataba de un perfume áspero y duro, violento y agresivo. Me vi obligado a respirar por la boca y en el momento en que visualicé el váter, otro choque me sacudió. Las paredes interiores de éste estaban decoradas con diversas tonalidades, marrones y rojas, y gránulos voluminosos. Incluso el agua era de un color poco transparente. No fui valiente para seguir contemplando ese paisaje desolador y oliendo esa atmosfera a azufre. Salí rápidamente, regresé a mi mesa de trabajo y olvidé mis necesidades urinarias.
No obstante, desde entonces, cada vez que me cruzaba con aquel director, no podía evitar recordar las condiciones en que había dejado el váter aquel día. De hecho, me di cuenta que era una persona enferma, con esa barriga tan grande, redonda y poco natural. Seguro que sufría problemas digestivos causantes de esa contaminación que pude disfrutar en primera persona. También comencé a fijarme que incluso su cara no transmitía salud; era grasosa y escamada.
Tota esa serie de situaciones me hicieron ver la importancia de seguir una buena dieta para mantener una figura interior y exterior digna.