La decisión que he tomado hoy de perderme tras mis pasos por la ciudad –como siempre me gusta hacer–, y descubrir las plazas más auténticas y los barrios residenciales, no ha sido demasiado productiva y no me ha ayudado a crear una buena imagen.
Durante la exploración sólo me he topado con barrios pobres, casas y edificios sin encanto y parcelas destinades a la construcción. Y no sólo eso. Lo peor ha sido cuando he vuelto al centro de la ciudad, a la zona más civilizada, bordeando el mar. En este trayecto he descubierto que el proyecto urbanístico de Trieste no tiene finalidades sociales y de bienestar sino sólo laborales y logísticas. En otras palabras, lo único que he encontrado son grúas para descargar las mercancías de los barcos, edificios portuarios, parkings de coches o naves industriales con fines desconocidos.
En eso se ha transformado mi paseada romántica por la ciudad de Trieste: ni un miserable banco con vistas al mar para sentarse. Y encima, una vez llegas al centro de la ciudad te encuentras con edificios bonitos e imperiales, pero que más bien esperarías encontrar en Austria, Praga o Hungría; no en Italia. Es como realizar un safari para ver leones y jirafas, y acabar topándote con un rebaño de canguros.
Esta situación vivida hoy ha hecho plantearme lo siguiente: ¿las cosas, los sitios y las personas nos gustan por cómo realmente son o por la manera cómo cumplen nuestras expectativas?
Hay dos escenarios claros. Si nos encontramos con algo diferente a la expectativa, pero increíblemente alucinante, nuestra satisfacción no quedará dañada. Y si nuestra expectativa por algo es nula, entonces, en principio, el resultado tampoco quedará negativamente afectado.
En cambio -y aquí está el punto de la cuestión-, si vives una experiencia diferente a la esperada, aunque te acabe reportando el mismo nivel de alegría y satisfacción, la sensación final quedará perjudicada por el simple hecho de ser diferente a la expectativa inicial.
De este modo se puede decir, gracias al Teorema de Trieste, que la frase “no te crees expectativas” es válida; no sólo por el riesgo que la realidad no alcance la expectativa sino, también, porque la realidad puede ser diferente a lo esperado, empeorando así tu experiencia final.
Y para acabar con buen sabor de boca -ya que estamos de vacaciones- me gustaría puntualizar que no me arrepiento de haber venido a Trieste. Volvería a venir. La ciudad no ha cumplido mi expectativa turística, por ser totalmente diferente a lo esperado, pero en cambio ha enriquecido mi experiencia literaria: no tenía expectativa alguna de que Trieste pudiera provocar en mí una reflexión como esta.