Con este artículo no pretendo cambiar la tendencia del mundo –lo cual considero imposible, al menos por ahora–, sino que mi intención es que la oveja que sigue a su rebaño se percate que se dirige a un acantilado. Aunque no pueda retroceder por la fuerza del rebaño que la empuja, es conveniente que sea autocrítica, al menos por un momento, y eso le permita inhalar, concienzudamente, el aire fresco de los campos verdes por última vez.
Al entrar al mundo laboral me di cuenta de una cosa: vivimos para trabajar.
Todo en este mundo, la educación, la vida social y el tiempo libre, gira en torno al trabajo. Incluso es posible que un día se de media vuelta en la cama y vea que su compañera de trabajo se ha convertido en la madre de sus hijos.
Encontrarme con esta verdad me impactó y me atemorizó mucho. Fue a partir de entonces que me dediqué a preguntarle a la gente qué haría si les tocara la lotería y se volvieran millonarios de noche a la mañana.
¿Qué cree que me contestaban el 90% de las personas? Que seguirían trabajando. Para no aburrirse.
Esta pequeña formulación y respuesta me permitió extraer muchas reflexiones.
Todos sabemos que consumir es la base del capitalismo y que trabajamos tanto para poder comprar más y más. Somos seres inconformistas; siempre queremos lo que tiene el vecino. Así que, siguiendo con esta idea, si a una persona le tocara la lotería, lo normal es que dejara de trabajar. No necesitaría el sudor de su frente para comprarse un iphone 7. Sin embargo, la respuesta de la gente no fue en esta dirección y esto permite sacar una conclusión más filosófica (y no por eso menos preocupante): no trabajamos únicamente para poder consumir sino que trabajamos porque el capitalismo ha empobrecido nuestras vidas. No tenemos intereses ni inquietudes más allá del mundo laboral, por lo que sin el trabajo nos convertimos en Xoloitzcuintles.
Así de triste y preocupante es el resultado. Trabajamos porque es una droga; nos hemos convertidos en adictos y, lo peor de todo, es que no sabemos qué hacer con nuestras vidas aparte de trabajar.
No culpo a las personas sino al sistema. Trabajar ocho horas como mínimo, más las horas de trayecto al trabajo, hace que regresemos a casa sólo para dormir. Nuestras aficiones o pasiones tienen que quedarse al margen, aisladas; se convierten en actividades secundarias e incluso puede ser que las excluyamos de nuestras vidas. Es por eso que pocos se plantean la posibilidad de ganar la lotería y dedicarse íntegramente a su vocación, ya sea viajar por el mundo escribiendo crónicas, crear una empresa o realizar ayudas humanitarias en cualquier lado. La gente ha dejado de contemplar estas opciones porque el trabajo las ha engullido.
Cuando apareció las revolución tecnológica, los humanos podríamos haber optado por reducir las horas de trabajo, adquiriendo así una vida más equilibrada, pero se decidió trabajar más para consumir más. El afán de posesión es lo que está desbordando el planeta. Estamos consumiendo y produciendo por encima de las posibilidades naturales y esto tiene un efecto más que negativo para las vidas humanas y para el medio ambiente.
Hemos llegado a un punto en que difícilmente podremos realizar cambios. Algunas empresas nórdicas han mirado de aplicar un estilo de vida menos capitalista, pero, como cabía esperar, esto ha fracasado porque difícilmente una cebra sobreviviría conviviendo con leones. Cambiar de sistema o arreglarlo es prácticamente impensable porque tendría que ser una decisión unísona. De este modo, me daré por satisfecho si usted, el próximo viernes por la noche, después de pasarse todas la semana trabajando de nueve de la mañana a nueve de la noche, se da cuenta que todo lo que tiene -casa, coche, familia y amigos- se lo debe al trabajo y que, aparte de esto, no tiene nada más; ninguna afición o interés serio que le llene la vida.