Después de la breve visita lo que le venía de gusto era estirar las piernas. Con tan poca movilidad las tenía agarrotadas. Empezó a caminar por la primera avenida que encontró. Parecía importante debido a su amplitud y a la cantidad de gente que circulaba por las veredas. David se fijaba, con especial atención, en los rusos y en las rusas con que se cruzaba. Tanto así que pasó por delante de la Catedral de Kazán, con sus numerosas columnas y su voluminosa cúpula, y ni se percató.
–Realmente estas rusas están buenísimas, me las follaría a todas –no paraba de repetirse.
Las chicas no iban con ropas atrevidas porque el cielo estaba nublado, pero detrás de esas prendas podía imaginarse esos cuerpos desnudos. Incluso la más fea tenía algo que te sumergía en las aguas de la lujuria.
Intentaba no ser muy descarado con sus miradas, porque si por cualquier razón un novio reaccionaba, ya se veía en el hospital. Podía ser el ruso más bajito y delgado del país, pero su espíritu frío, esa mirada dura y esos rasgos faciales tan marcados, le hubieran hecho iniciar la pelea en inferioridad psicológica.
De repente se puso a llover y tuvo que suspender la caminata. Entró en una cafetería. Se tomó una cerveza mientras conversaba con sus contactos a través de Whatsapp (la cafetería tenía wifi). Le hacía gracia estar en contacto con sus amigos a pesar de estar tan lejos.
Se entretuvo un buen rato hasta que decidió ir al hostal para ver si el personal se animaba a ir a alguna discoteca. La cerveza le había proporcionado la energía que le faltaba.
En el hostal convenció a dos italianos, que acababan de llegar, para salir de fiesta. Se tomaron unas cervezas en un pub irlandés para ponerse a tono, y después se dirigieron en taxi a una discoteca que los italianos conocían por referencias.
La discoteca estaba en el subterráneo de un edificio. La música que sonaba parecía tradicional. No entendían nada, pero les daba igual porque allí había rusas muy rusas.
Se situaron en una esquina estratégica y se tomaron una copa. Pensaban que por ser latinos las chicas irían a hablar con ellos, pero nada. Estaban equivocados, ni los miraban.
Los italianos, cansados y desanimados, se marcharon. David, en cambio, se quedó. Tenía que intentarlo; no podía irse de Rusia sin enrollarse con una local.
Fue pidiendo más y más copas, y cada vez probaba tácticas distintas, aunque sin suerte. Se ponía a bailar detrás de un grupo de amigas, pero estas se giraban extrañadas y se alejaban con cara de asco. Le guiñaba el ojo a las camareras desde la pista de baile, y cuando iba a pedir algo a la barra no lo querían atender. Cuando se acercaba a alguna joven solitaria para intercambiar alguna palabra, nada fluía (le contestaban en un inglés que no entendía)
Viendo frustrados sus intentos, no le quedó más remedio que volver al hostal. Lo curioso es que regresaba con cierta ilusión. Quizás no había conseguido ligar, pero al menos le esperaba una buena masturbación recordando alguna de las interacciones de la noche.
Mientras se duchaba seleccionó a la chica morena de la barra del bar. Tenía una barbilla y una nariz puntiagudas que la asemejaban a una felina. Su mirada y sus cejas pintadas en tonalidad marrón, semejante al cabello, acentuaban aún más su carácter y sensualidad. Lo más remarcable, no obstante, era el vestido ajustado que remarcaba sus voluminosos pechos. Desabrocharle los sujetadores y ver de repente esos senos pegados a su delgado cuerpo le dejaba sin saliva. Sólo de imaginársela en plena acción en la cama se le ponían los pelos de punta, entre otras cosas.
Se fue a dormir relajado, con la sensación de haber disfrutado de la noche. Haber estado tan próximo a esa divinidad e incluso haber olido su fragancia, lo dejaba relativamente satisfecho.