Flor de un día

FLOR DE UN DÍA

La mesa está posicionada en el centro de la sala de estar. Una mesa pequeña que, en principio, pasa desapercibida entre tan voluminosos sofás, tan pintorescas obras de arte y ese paisaje al otro lado de la ventana. Pero esta pequeña mesa transparente tiene algo que te atrapa; un simple jarro con flores. 

Te sientas en el sofá y fijas la mirada en este toque de naturaleza en medio de tanta artificialidad. Es el elemento que le da vida a ese salón tan común. Un factor minúsculo que le cambia la esencia a ese lugar. 

Puedes dirigirte a otros sitios de la casa, pero eres íntegramente consciente que si vas a la sala ahí está ese toque de vitalidad que puede sacarte de una soledad momentánea o un aburrimiento prolongado. Incluso, estando fuera de casa, paseando por bosques, donde se pueden encontrar flores a raudales, sabes que tú tienes unas en tu propiedad y a tu disposición.  

La sensación es extraña, sabes que se halla ahí, en esa mesita, sin moverse y que es un elemento trascendente de tu vida. Sin embargo, actúas como si nada, intentando demostrar que cuando no esté no te dolerá. Y en el fondo sabes que es un auto-engaño. 

Antes de entrar en los meses fríos, las circunstancias te van preparando para lo que se avecina. De repente, un día entras al salón y encuentras algunos pétalos esparcidos por la mesa y alguno por el suelo por culpa de las corrientes de aire. Intentas aparentar que la suciedad es lo que te molesta y no quieres reconocer que, en el fondo, te están preparando para el inevitable desenlace. 

Llegadas las temporadas duras, esa pequeña mesa transparente ya no es la misma, ha perdido todo encanto; el jarrón con flores desaparece. 

La vida continúa y la manera de interactuar externamente no cambia, queda inmune. No obstante, cuando estás en el sofá, en el sitio desde donde solías contemplar las flores, recuerdas su ausencia con dolor.  

Esas flores fueron en su día un elemento de un parque o de otro lugar relativamente salvaje; hasta que se cruzaron con tu mirada. Recogerlas e incorporarlas a tu vivienda parecía, en cierto modo, irrelevante. En ese momento sabías que se secarían y sucumbirían tarde o temprano. Y había además el riesgo que no te acostumbraras y tú mismo te deshicieras de ellas. Pero pasaron los días, las entradas al salón, las siestas en el sofá y eso convergía a una familiaridad entre las flores y tú. 

Piensas, reflexionas y maldices no haber elegido flores perenes. Sin embargo, las recogiste porque te gustaron y no pensaste en determinadas consecuencias futuras. Pensaste en el presente y no en más adelante. Ahora crees que lo podrías haber evitado, pero eso no es cierto. Intentarás la próxima vez escoger algo que no te pueda reportar tanto daño aunque, en el fondo, sabes qué la decisión de selección es en ti un acto instintivo.  

Pasan los años, las prendas de ropa y las arrugas, y esa mesa del salón sostiene diferentes flores cada vez que se inicia una nueva etapa. Focalizas tu amor cada año en estos elementos que van y vienen. Mas siempre sabes que acabarán olvidadas y sustituidas por otras flores en la próxima estación.   

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