No puedo dejar de pensar en La Tierra, ese planeta únicamente habitado por mis iguales, los humanos.
Todos los detalles que veo aquí, desde la comida hasta los edificios, generan flashes instantáneos que me recuerdan lo que en su día fue mi planeta.
Pretenden copiar o imitar el que fue mi mundo, pero por diversas razones no lo consiguen. Puede que tenga un aire, un color o una esencia parecida, pero se nota que no es lo mismo, se siente la falta de autenticidad. A mi no me pueden engañar.
Incluso pretenden llevar una vida como la nuestra, pero no son, y nunca serán, como nosotros.
Tienen una fisonomía similar a la de la especie humana: dos brazos, dos piernas y los mismos elementos en la cara. Sin embargo, por mucho que han intentado converger no lo han logrado del todo. Sus narices chatas no parecen que sirvan para respirar. No tienen vellos abundantes en la cara, ni en los brazos ni en las piernas. Sus ojos son alargados, lo que debe disminuir su campo de visión. Y su cabello es negro, grasiento y corto -la profesión de peluquero debe ser de lo más humillante y desagradable en este sitio-.
No son agradables de mirar y desprenden un olor corporal de lo más peculiar, negativamente hablando. Diferenciar su género es posible, pero ni el sexo femenino ni el masculino produce atracción, al menos desde mi punto de vista. Incluso uno puede pensar que no se atraen entre ellos mismos. Por más que caminen con la supuesta pareja nunca se besan, jamás se tocan y tampoco se agarran de la mano. Guardan una distancia prudencial entre ellos, por si acaso.
Sus hábitos comestibles son de los más curiosos. Comen por placer o por gula. No lo sé. En mi Tierra se comía tres veces al día y a veces, de forma puntual, a deshoras. Aquí, en cambio, es un comer continuo y sin pausa. Es de lo más normal verlos zamparse grandes calamares fritos clavados en un palo o platos de fideos con olor a vinagre a las nueve de la mañana. Es su forma de empezar el día. Y sea la hora que sea, y pasees por donde pasees, siempre los verás comiendo algún alimento o animal extraño. Tener un horario estructurado de alimentación no aplica para ellos.
Y en referencia a la hidratación, pocas veces se les ve bebiendo agua. En los restaurantes sí te sirven agua (caliente) al inicio, pero en el día a día, por las calles, suelen estar tomando jugos en envases de plástico con trozos de frutas flotando. Da la sensación de ser una bebida de lo más artificial.
Estoy seguro que si hubiera nacido en este lugar, aprendiendo desde pequeño el curioso alfabeto de signos y contemplando cada día esta atmosfera tan gris, no me resultaría todo tan extraño, diferente e incómodo. No obstante, haber vivido en la Tierra con seres como yo, con una cultura propia, que no pretende imitar ninguna otra, y pudiendo disfrutar del sol y las estrellas cada día y cada noche, hace que este sitio me provoque una angustia descomunal en el cuerpo.
Nunca me acostumbraré a este lugar y jamás comprenderé su funcionamiento.