La India

LA INDIA

Delhi

Hay personas que cuando visitan la India no quieren volver nunca más, otras quedan cautivadas por la complexidad del país, y algunas sufren un cambio en la manera de pensar y ver el mundo. 

La India es la cuna de una de las culturas más antiguas de la humanidad y consta de características únicas que la convierten en una fuente de sensaciones. Estas sensaciones pueden diferir mucho según la personalidad del viajero y sus experiencias vividas, tanto previas como en el mismo viaje. 

En mi caso pasé seis semanas en este territorio y la impresión que tengo ahora, visto ya desde la lejanía temporal, es que todo fue un sueño. No me entra en la cabeza que un lugar tan diferente al occidental pueda existir en la faz de la tierra. La India convive en paralelo con nosotros pero sufriendo un gran desfase, en todos los sentidos. 

Si no hubiera vivido en países como Bolivia o México, el shock cultural que supone la India hubiera sido insoportable -teniendo en cuenta que viajaba sólo y por un período de tiempo prolongado- y habría regresado a Europa traumado además de impactado. 

El lector se debe preguntar por qué América Latina me pudo servir de amortiguador respecto a este país asiático si las tradiciones, la cultura, la religión y el idioma son tan diferentes. Es verdad que todos estos factores divergen entre ambos continentes, pero caminando por las calles de la que en su día fue una colonia británica me venían flashes de aspectos vistos con anterioridad en Latinoamérica. Aunque en la India todo es mucho más exagerado, ya sea la pobreza o el grado de subdesarrollo, hay una esencia que prevalece entre ambas regiones.


En esta crónica narraré los traumas y las aventuras que me acecharon durante cuarenta y dos días. Una serie de vivencias que pecan de una alta diversidad porque mi paso por la India fue completo: visité ciudades como turista y también trabajé como economista en Hyderabad, en una empresa sólo integrada por hindús. Este segundo escenario me permitió conocer las costumbres desde la raíz y tratar con autóctonos; siendo esta una de las razones que me decantaron hacia la patria del hinduismo. 

El traslado del aeropuerto a mi hostal  -era más bien un par de señoras que alquilaban habitaciones en su piso- fue muy impactante al toparme, de golpe, con el tráfico de Delhi, la pobreza de las calles y la gente en cuclillas por todos los rincones.  

 Sin embargo, la primera experiencia dura fue cuando subí por primera vez en un Otto,  una moto con cabina que hace la función de taxi.


Pónganse en mi situación. Al llegar a la India, un país tercermundista, mi mente tenía gravados tres principios: cuidado que no te roben, cuidado que no te secuestren y cuidado que no te violen.  

En relación a las dos primeras aserciones, América Latina es un millar de veces más peligrosa y considero que la religión es la culpable. En el cristianismo robar y secuestrar pueden ser pecados, pero en el hinduismo la filosofía de vida es distinta. Esta religión divide a la sociedad en castas y si alguien tiene más dinero o propiedades es porque se lo merece. En la india no existe la envidia material. Si tú tienes un Ferrari es porque algo bueno debes haber hecho, en esta vida o en la otra.  

 Y aunque en la India las violaciones son una amenaza presente y constante, mientras no seas una turista que se pasea en minifalda a media noche por barrios peligrosos, la probabilidad de que te pase algo es nula. Eso sí, los hombres y sobre todo mujeres deben prepararse para ser devorados y desnudados por la mirada de los autóctonos.


Cómo decía, este paréntesis son conclusiones sacadas al final del viaje, lo que quiere decir que al subir al Otto los tres principios de sobrevivencia los tenía a flor de piel.     

Mi intención era ir a la Indian Gate y el conductor del vehículo, un hindú, como no podía ser de otra forma, emprendió rutas por zonas extra radiales de la capital. La duda y el pánico empezaron a corroerme con fuerza cuando pasaban los minutos, muchos minutos, y seguíamos circulando sin llegar a la Indian Gate. Cada vez nos adentrábamos más en suburbios donde la pobreza se intensificaba a límites preocupantes e impensables.  

Pensé en saltar del Otto y salir corriendo, pero por esos barrios perdidos nunca encontraría el retorno a casa, quedándome extraviado para la eternidad. Permanecí quietecito en mi asiento. 

 Finalmente,  el motor se detuvo. El hombre sin decir palabra alguna salió corriendo y se adentró en una casa de cartón. Me dejó dentro de su Otto en medio de una calle rodeada por chabolas y al alcance de niños que jugaban con bolsas de plástico enrolladas que hacían la función de pelota. Por unos instantes me vi muerto, siendo degollado por un cuchillo y arrojado a los cerdos para que me devoraran (ya dije que iba a la India pensando que los peligros de América Latina estaban presentes también en este país). 

 No sabía si el conductor había ido a buscar una arma blanca para matarme o si me había dejado allí para que los niños, como pirañas, me sacaran hasta el último centavo y la última prenda de vestir.  

Creo que nunca había pasado tanto miedo como ese día.  

Al cabo de cinco minutos el hombre reapareció. No llevaba ninguna arma. Eso me alivió. En el momento en que subió al Otto me miró a los ojos y de su bolsillo sacó…., una bolsa. Una bolsa que contenía hierbas, supongo que no eran medicinales. Con signos me invitó a coger algunas pero negué el ofrecimiento, con una amable sonrisa.  

 Corregimos el camino por el que me había llevado y acabó dejándome en la desaseada Indian Gate, algo que agradecí mucho y momento a partir del cual empecé a valorar un poco más la vida. 


  

Agra

El trayecto en tren de Delhi a Agra fue muy tenso a nivel personal. Viajar solo en los famosos trenes de la India me causaba mucho respeto. Había escuchado historias muy raras, cómo la de Pesadilla en el Tren. 

Fue una sensación la mar de extraña llegar a la estación de Agra y ver cientos de personas humildes acurrucadas por los suelos. Y ahí me encontraba yo, cargado con mi mochila y dirigiéndome a lo desconocido. El hecho es que en esta ciudad no tenía la menor idea de donde me alojaría. Había ido con una mano atrás y otra delante.
Saliendo de la estación un hombre ofreció conducirme a un hotel. Rechacé la oferta porque te suelen llevar a los lugares en donde ellos cobran comisiones. Sin caer en su trampa le dije que deseaba ir a una tienda de ordenadores, para así conectarme a Internet y buscar alojamiento fiable e independiente. 

Me llevó a una agencia turística donde me dejaron utilizar su ordenador de los años setenta. Permanecí más de una hora porque la electricidad se generaba con burra y cada dos minutos había cortes eléctricos. Con fuerza de voluntad y paciencia acabé encontrando un hostal a buen precio. Reservé una cama y apunté la dirección. 

El taxista me esperaba afuera y me acercó al albergue. En el trayecto me planteó la posibilidad de ser mi chófer particular durante todo el día, llevándome a todos los lugares que quisiera, por tan sólo diez euros. Cómo tenía pensado permanecer lo menos posible en Agra (la emoción de ir a Veranasi me devoraba) acepté el trato, aunque en el fondo sabía que me estaba cobrando un precio muy elevado. Sin embargo, debido a las circunstancias de soledad y desorganización en las que me encontraba, me apetecía el convenio propuesto. 

Primero me mostró diferentes barrios de la ciudad y algunas tiendas para comprar artesanías cómo alfombras o piedras talladas. No caí ni en los lloros ni en los ruegos de los dependientes; ya lo había anticipado con pañuelos y rodilleras.

Cuando después de unas cuantas vueltas por Agra noté que ya estaba listo para enfrentarme al Taj Mahal, una de las siete maravillas del mundo, le pedí que nos dirigiéramos al lugar. Me sorprendió lo lejos que estaba de la propia ciudad ya que el trayecto fue de una hora por una carretera muy mal asfaltada y llena de curvas. 
 


Estas son las fotos que tomé del glorioso Taj Mahal: 

Una vez de vuelta a Barcelona, cuando enseñaba las fotos a mis amigos y a mis familiares, todos, de forma unánime, decían que eso no era el Taj Mahal. Compañeros que habían ido decían que estaba en la misma ciudad de Agra, que se podía ir incluso caminando. En resumen, su opinión es que el guía turístico me estafó y me aproximó a otro monumento lejano. No sé qué creer. Por un lado no entiendo que beneficio obtenía por engañarme y dirigirme a un sitio erróneo, y además a tantos kilómetros de la metrópoli. Pero por el otro lado, es verdad que el supuesto Taj Mahal que visité me decepcionó un poco; era relativamente pequeño y no transmitía ni la magia ni el poder espiritual de la cual todos hablan.  


Si estas sentado en la zona céntrica de cualquier ciudad del mundo, tomándote un sabroso Lassi, y de repente se escuchan unos cánticos, lo primero que piensas es que se trata de una manifestación. En Veranasi eso es más bien un grupo de hombres cargando una muerto enrollado en mantas, paseándolo y cantándole plegarias. 
Esvásticas pintadas en las paredes se traduce en un movimiento de ultra derechas vayas donde vayas. En Veranasi eso es ser fiel a la religión.  

 Unas hogueras enormes y perennes en el borde del río se relacionan con la quema de troncos y basura, siempre y cuando no sea un incendio. En Veranasi es en donde se incineran los muertos para que se rompa el ciclo de reencarnación. 

Toparte con elefantes, búfalos, monos y otros animales en plena calle resulta impensable en cualquier urbe del planeta tierra. En Veranasi estos animales conviven con los humanos.  

Que un par de amigas te digan que han visto un cuerpo humano flotando en el río hace que las trates de locas. En Veranasi te lo crees. 


Veranasi es la ciudad sagrada de la India.  

Del mismo modo que nunca olvidaré la primera vez que me tope con Machu Picchu o pise el Salar de Uyuni, tampoco podré borrar de mi mente el día que contemplé la salida del sol mientras navegaba en una barquita por el río Ganges. Fue algo místico y espiritual.


Cómo ya he anotado con anterioridad, los hindús consideran que si un cuerpo humano es incinerado al lado del río, en unos puntos de cremación específicos que tienen marcados, y después tiran las cenizas al agua, el ciclo de reencarnación queda cortado, es decir, se alcanza el Nirvana. 
Un par de datos curiosos que complementan la cremación y que valen la pena mencionar es que cuando mueren mujeres embarazadas o niños, éstos son arrojados al Ganges en carne y hueso. En estos dos casos concretos no hace falta la incineración porque ya se alcanza el Nirvana de manera automática.  

La segunda curiosidad es que las mujeres tienen prohibida la asistencia en los actos de incineración. Es aquí cuando surgirían acusaciones tipo el hinduismo es una religión machista. Siempre hay que informarse antes de acusar. Al sexo femenino no se les permite estar en la incineración porque se les considera emocionales y sensibles, y si se derrama tan sólo una lagrima en el acto religioso, el alma no alcanza la liberación buscada. 

Y otro punto anotado al principio, aunque no tenga relación directa con la cremación de cuerpos, es que la esvástica que todos conocemos de los Nazis es un símbolo milenario del hinduismo adoptado por Hitler porque representa El Poder.

Veranasi

  • Se pueden ver vídeos de Veranasi, se pueden leer libros de Veranasi y se pueden contemplar fotos de Veranasi. Pero muy a mi pesar, y para la desgracia de los cinéfilos, de los lectores y de los fotógrafos, hasta que no estás allí viviéndolo en primera persona, sintiendo la brisa y oliendo la madera quemada, no eres capaz de apreciar los quilates de esta joya de la corona.


    Hyderabad

    Los sucesos anormales y las experiencias épicas de mi tour por la India cesaron cuando pasé a un tipo de vida más sedentaria. Eso fue en el momento en que empecé a residir en la cuarta ciudad más poblada del país; Hydrabad. 

    En esta metrópoli me relacione íntegramente con hindús gracias a las prácticas que realicé. Además entablé una estrecha relación con un par de chicas locales, que no eran de mi entorno laboral, con las que salía cenar, a pasear e incluso con las que realicé alguna un visita exprés a otras ciudades cercanas, como Hampi.   

    El día a día en estas condiciones tan auténticas durante un lapso de tiempo considerable significó una oportunidad inmejorable para entender la cultura y el trato personal de su gente, que es lo que andaba buscando. Ahora podré decirle a mis hijos algún día: ¡yo viví en la India!  

    Voy a destacar puntos que me sorprendieron durante mi periodo en Hyderabad; ya sean costumbres cotidianas cómo principios de vida. 
    
Después de ir a comer un sábado con los compañeros de la empresa (había un ambiente muy amigable), la gerente nos invitó a tomar té en su casa. Entrar en el círculo personal de una familia hindú (estaba casada y embarazada) era algo que le daba y le doy mucha importancia. Fue la ocasión para analizar y observar cómo es un hogar hindú. 

    Vivía en un piso de dimensiones considerables. Al entrar te encontrabas la sala: un sitio con unos sofás  y una mesita pequeña. En el mundo occidental la sala es un sitio donde descansas, ves la tele y donde te sientas cuando tienes invitados. Sin embargo, allí ese salón tenía un papel estético en vez de funcional: los sofás parecían incómodos y no había televisión. Se notaba que no pasaban allí ni un minuto de sus horas libres. Y para acabar de poner el broche, el té lo tomamos en la habitación de invitados. En resumen, su sala era un espacio inservible e inútil que aún me pregunto qué función tenía.

    En la habitación de invitados unos se sentaron en el suelo, otros en la cama y yo en una silla. Todas las camas de la casa (examiné todo el piso de arriba a abajo) no se componían de un colchón grueso y plumoso sino que consistían en una madera y encima un tejido grueso que hacía la función de colchón. No creo que hubiera mucha diferencia entre dormir ahí y dormir en el suelo.    

    La cocina no tenía nada peculiar y cuando se me bridó la más mínima oportunidad, salí disparado al baño. No tenía que realizar ningún tipo de deposición, sólo quería examinarlo. Me impactó mucho ver que no tenía papel de baño. En el aeropuerto y en otros baños públicos tienen una manguerita, como la de la ducha, para limpiarse después de hacer las necesidades. Pensaba que era algo relacionado con la pobreza así que me sorprendió ver que alguien de la clase alta ponía en práctica el mismo método. 

    En conclusión, en la India, vayas con quien vayas y estés con quien estés, no conocen el papel higiénico. Es por eso que para las actividades vitales, cómo comer, utilizan la mano derecha mientras que la otra es utilizada en situaciones menos agradables, como ir al baño.  

    Hubo un par más de situaciones que sucedieron mientras residí en Hyderabad que me gustaría compartir con los concentrados lectores. 

    La primera fue una cálida noche que pasé con una de mis amigas. Al salir del trabajo nos encontramos, paseamos, cenamos Chicken Biriany con las manos y hablamos largamente. Nos dedicamos a comparar las costumbres y las maneras de ver el mundo entre ambas sociedades, la india y la europea. Ella estaba escandalizada por el hecho que en Europa los hijos metieran a los padres mayores en residencias de ancianos y los dejaran abandonados en esos parvularios de la tercera edad. Me contaba que ella sentía la obligación moral de cuidarlos, de la misma manera que ellos hicieron con ella, cuando no se valieran por sí mismos. Puede parecer una postura normal, pero es verdad que en el mundo occidental esta perspectiva se ha perdido. El concepto de familia y ciertas obligaciones morales se han transformado o se han vuelto más movibles. 
    
La otra experiencia a compartir no es tan formal como la última sino una actividad de ocio. Con los compañeros del trabajo fuimos un día a ver la película Drishyam de Bollywood. El argumento de la peli me encantó, a pesar de no entender el hindi, y la peli en si me pareció de una calidad y de una innovación a horas luz de las últimas creaciones de Hollywood. 
    
Lo importante a destacar es, sin embargo, que la sala estaba a rebosar; en la India las películas de Bollywood son sagradas y si la gente tiene que dejar de comer unos días para ahorrar dinero y poder ir al cine, lo hacen. Otro factor que desconocía es que son unos espectadores muy extrovertidos que viven la película con total pasión y exaltación. Por ejemplo, cada vez que aparece un actor famoso la gente grita y aplaude, como si acabaran de marcar un gol. Y en la sesión que yo presencié, la tensión y el éxtasis fueron máximos en el momento en que hubo la primera y la última escena de sexo de la película: un hombre se sacó la camisa, la mujer se tendió en la cama vestida y apagaron las luces. La gente se levantó, aplaudió, gritó y se tiró de los cabellos por haber presenciado ese instante inolvidable. 

    “Llegó un punto en el que todo comportamiento hindú lo relacionaba con la cultura propia del país: 

    Si en el trabajo me escupían en el plato diciendo que era una tradición de confianza recíproca me lo tomaba a las buenas, y me acababa mi comida. 

    Si allí donde fuera me estrechaban la mano izquierda en son de bienvenida, consideraba que eran zurdos y les tendía la mano con total cordialidad. 

    Si en las tiendas me cobraban cinco veces más que lo que ponía en la etiqueta lo interpretaba como un problema de analfabetismo y pagaba lo que me pedían. 
    
Si los niños en las calles me tiraban piedras me ponía triste porque seguramente querían jugar tenis y no tenían pelotas de goma. 
    
Acabé mi viaje con infecciones intestinales, pobre y con moretones, pero con plena convicción de que la gente en la India es muy avenida y hospitalaria”.
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