La habitación, gracias al cuidado y al orden de su huésped permanente, parece más espaciosa de lo que en realidad es. Los muebles, y los adornos, están colocados y situados de tal manera, que le dan un particular encanto al dormitorio. La arquitectura del recinto parece haber sido escogida al unísono con el diseño del espacio porque las dos únicas salidas de emergencias, una ventana y la puerta, se complementan a la perfección con el resto del humilde aposento.
Así es percibida la pequeña habitación ya sea bajo la luz artificial de Edison o bajo la luz solar de Dios todopoderoso. Sin embargo, de noche queda poseída por una notoria oscuridad, atenuada por un pequeño rayo de luz lunar que se filtra por las viejas grietas de la restaurada puerta.
En la cama yacía él, placidamente, consciente de que en cualquier momento la melodía de su despertador pondría fin a una prolongada, y cómo no, agradable noche; dando luz verde a nuevo día. Se encontraba sumergido en ese común comportamiento de cerrar los ojos mientras esperas el inminente “ring-ring”.
No recordaba los lugares que había frecuentado en los sueños, ni las mil barbaridades que había llevado a cabo, pero la relajada respiración y la tranquilidad en que se encontraba, le daban la confianza de que todo había sido sumamente plácido.
Cuando estaba a punto de ser tragado por un nuevo sueño, lo esperado llegó. Estiró la mano y con un solo “click”, el silencio volvió a apoderarse del lugar. El gesto para apagar la molestia había roto su postura boca arriba, con las sábanas pegaditas a la barbilla. Ahora estaba inclinado hacía la derecha y con la colcha a nivel lumbar.
Un instinto desconocido se apoderó de él y las mantas salieron volando hacía atrás; poniendo fin a uno de los aspectos más tiernos de la vida: el calor incubado durante horas. No hay nada más maravilloso que sentir la calcada calidez de una persona en las mantas de la cama.
Las gallinas me entenderán.
Adormecido se dirigió a la ventana. Su paso era lento por el sueño que cargaba pero no por la negrura de la habitación. Se conocía el camino a la perfección; muchas han sido las desdichadas mañanas.
Una vez delante del ojo arquitectónico, abrió los porticones. Aunque la oscuridad se reflejaba en el exterior, la iluminación lunar aumentó la visibilidad en la alcoba y de los utensilios más voluminosos. Afuera todo parecía muerto; ningún transeúnte ni un automóvil. Abrió la ventana para respirar tremenda soledad.
Su equivocación era nula; parecía un cementerio. Un escalofrió recorrió todos sus capilares, provocando un movimiento hacia atrás, totalmente antinatural e involuntario.
Aquí se produjo la rotura de la memorizada mecánica; los procedimientos de cada mañana serían excluidos por hoy.
Cerró la ventana, cerró los porticones y se frotó los ojos. Un largo bostezo lo condujo otra vez a la cama, donde el calorcito aún perduraba.