La arquitecta

LA ARQUITECTA


La cara norte de la montaña se caracteriza por una multitud de hermosas casas modernistas con unos jardines cuidados y extensos. Cuando paseo por allí me imagino los ladrillos hechos de billetes y planteo hipótesis sobre cómo aquellos propietarios consiguieron el dinero para poseer tales fincas; estafas y asesinatos son las malvadas ideas que corren por mi mente. 

El día veinticuatro del mes de septiembre se iba a celebrar allí, como en muchos otros puntos de la ciudad, la Fiesta Mayor. En medio de esas impetuosas casas, en un descampado con aire a parque, habían instalado un escenario con una tabla de mezclas para que el director musical, en tiempos actuales conocido como DJ, interpretara su repertorio. Y fue allí donde me dirigí para disfrutar de la noche con un par de amigos y una amiga. 

Acababa de volver de un viaje veraniego por tierras francesas y sería una manera de volver a aclimatarme a la ciudad; ¡y qué mejor manera que bailando y pasándolo bien! 
En primera instancia nos reunimos en la casa de uno de mis amigos para cenar y, de postre, beber gin-tonics. Anna hizo de barman y acabó preparando unas agradables bebidas, con un sabor mixto a manzana y lima, que nos llenaron de energía para afrontar la larga noche que nos esperaba. 

Después de un verano en el extranjero me daba un gran gusto reencontrarme con los míos y respirar el aire de mi patria. No obstante, también me entusiasmaba la posibilidad de toparme con Camila, una compañera de clase, en las pistas de baile. Teníamos una relación pendiente, así que esperaba, deseaba y ansiaba que esta noche se consumara. 

Para mí, uno de los mejores momentos al salir de fiesta, es cuando estás bebiendo con los amigos y la alegría comienza a fluir por las venas de todos los reunidos y surgen temas graciosos. Estábamos ya en ese proceso, bebiéndonos el tercer gin-tonic, cuando Camila me dijo, mediante un mensaje de móvil, que finalmente no iría a la fiesta. Me bebí de un sorbo la copa para asegurarme que la noticia que acababa de recibir no era un sueño. Se me malogró un poco la velada, ¿para qué iba a ir ahora? Como ya he dicho, quería ver a mis amigos y estar en mi ciudad, pero me di cuenta que lo único que en realidad me apetecía era Camila. 

Al poco rato cogimos un taxi entre los cuatro y nos dejó al pie de la montaña. Subimos caminando hasta el sitio habilitado para celebrar la fiesta. Encontrar amigos de la universidad, por pura casualidad, contribuyó a que por instantes olvidará a la aguafiestas de mi “amiga” Camila. 

La noche avanzó como cualquier otra salvo que mi estado anímico no era el deseado. 
La música no acababa de activar mi sistema locomotor así que mis esperanzas se hallaban en la cerveza que había comprado en la barra. Me encontraba en medio de la pista de baile agarrándola con fuerza. 

Finalmente opté por ir a los laterales del descampado donde el ambiente era más tranquilo. Para distraerme, entable conversación con unas turistas que para mi sorpresa eran francesas, pudiendo poner en práctica el francés que había aprendido durante julio y agosto. Así pasaron los minutos, hablando y conociendo a más gente, mientras mis amigos bailaban sin parar. ¡Eterna juventud! 

En otras ocasiones, cuando me pongo a hablar con desconocidos, específicamente con chicas, es con intenciones perversas, pero hoy sólo lo realizaba por placer y diversión, debido a que mi cabeza estaba enturbiada por seis letras que forman un nombre de princesa. Sin embargo, en el instante en que vi a dos rubias altas, delgadas y con unos shorts que descubrían unas piernas largas y finas, mi cerebro entró en una imitación de alzhéimer momentáneo, olvidándome completamente de Camila. 
Me dirigí allí y rompí el hielo tal y como ya había hecho en numerosas ocasiones durante la noche. Las dos tenían un aire de hermanas por el hecho de ser rubias, aunque no tenían parecido facial. Involuntariamente, a medida que conversaba y bromeaba con ellas, el grado de proximidad y confianza fue mayor con la de los ojos azules. Tenía una nariz, una boca y unos rasgos dentro de los parámetros humanos estándar, aunque esos ojos poderosos le daban una vitalidad especial y la transformaban en una mujer muy atractiva. 

Mis amigos habían parado de bailar y me miraban de reojo, pensando que mis redes habían capturado una presa. 

Pasé con ella un buen rato bailando, riendo y hablando de boca a oreja hasta que su amiga se excusó diciendo que iba a buscar a unas conocidas. Nos quedamos solos: Cris, la de la mirada oceánica, y yo, el pescador de princesas. 

Lo primero que hicimos fue ir a la barra a pedir un par de cervezas. En plan juguetón intentó seducir al camarero para que nos las regalara, y el muy pillín sólo cobró la mía. 
Nos tomamos el batido de cebada al son de la música y a continuación bailamos en plan romántico. Dependiendo de la canción nos acercábamos más o nos alejábamos menos, pero siempre cogido de la manos y penetrándonos con la mirada. 

En un momento dado, Cris paró de bailar, levantó la cabeza como un hurón, dando la impresión que buscaba algo, y me dijo que fuéramos a encontrar a su amiga. Hacía rato que se había ido sin dejar rastro; para mi gusto ya era mayorcita para preocuparnos por ella. Pero Cris mandaba, así que fuimos a buscarla. 
 
Salimos del parque-discoteca y caminando llegamos al medio de una calle con un pendiente considerable que proporcionaba dos disyuntivas: subirla o bajarla. 

Mi preocupación era la siguiente: si encontramos a su amiga y ésta quiere irse a casa, seguramente acabaría la noche como la empecé, con mis dos amigos y mi amiga; que por cierto seguían merodeando por ahí. Como Cris iba un poco blanda la convencí para que nos dirigiéramos en dirección ascendiente, y lo conseguí. 

La gran mayoría de gente iba hacia abajo, rumbo al metro y a los autobuses nocturnos, de tal modo que si nos dirigíamos hacia arriba disminuía las posibilidades de encontrarnos a su amiga. En esa dirección sólo había coches aparcados, parejas conversando o algún chico vomitando la cena. 

Subimos a un ritmo lento hasta que la calle empezó a nivelarse. Por razones del azar nos desviamos del centro de la calzada, por donde habíamos ido caminando hasta entonces, hacía la vereda. En el momento de subir el desnivel la cogí de la cintura, sin premeditarlo, la giré para que me mirara, y la besé. No presentó resistencia alguna. Para mí, lo de buscar a la amiga había sido la excusa para llegar a la situación en que nos encontrábamos, ya que no volvió a preocuparse por ella. 

Nos apoyamos en la pared, al lado de una valla blanca, donde nos besamos unos minutos hasta que, de repente, sentí un alboroto alrededor nuestro. Al despegarnos vimos una pareja que saltaba la valla saliendo del jardín de una casa. 

Cris me tiró del brazo, señalándome que quería entrar allí, bueno, que quería saltar. A pesar de que soy una persona respetuosa que no le gusta entrar en propiedades privadas, acabé realizando el hurto debido a su tozudez. 

Ella saltó la verja con franca facilidad, yo fui un poco más lento ya que no quería romperme la pierna y acabar en el hospital. Las persianas de la casa estaban bajadas, lo que daba entender que los propietarios dormían o se encontraban de viaje. El jardín, muy bien cuidado, tenía arbustos y árboles de medio tamaño. 
 
Cris me dirigió a un punto entre dos arbustos donde el suelo estaba pavimentado con losas; entonces se estiró allí y yo me puse encima de ella. No estaba muy tranquilo porque podría haber alguien mirándonos desde una ventana, pero pensándolo bien, no creo que nadie tenga ganas de asomarse al jardín a las cuatro de la mañana. Además era fascinante estar acurrucado, boca abajo, sobre ese cuerpo humano tan extremadamente cómodo, excitante y bonito.

En la calle darse besos ya resulta, a veces, incómodo. Pues en ese jardín, con tanta intimidad, no sólo nos dábamos besos en la boca sino que también aproveché para besarle el cuello y las orejas. Eso me encanta porque en esos lugares el olor de la persona es muy fuerte ya que el cabello está muy próximo. Mis ex me llaman El Vampiro.

Era sumamente satisfactorio estar en tan buena compañía, en plena madrugada, y rodeado de arbustos. Daba una sensación de relajación y tranquilidad, como si estuviéramos en medio del bosque. De fondo se podía escuchar un poco la música del parque, pero el efecto neto era de silencio nocturno. 

Llegamos a un punto de sensualidad muy alto, ambos estábamos vestidos, pero mi mano se había deslizando por dentro de su sudadera. Era un constante intercambio de caricias. Los dos estábamos muy cómodos, tan arropaditos. 

No habíamos hablado en todo ese rato y de repente tuve la impresión que ella quería decir algo. Levanté un poco el tronco torácico y la miré. Ella dudó y al final susurró: “Tengo la regla”. Me quedé mirándola, sin saber que decir. ¿A que venía eso? No tenía sentido. Es como si de repente, en esa situación tan atrayente le hubiera dicho: “ayer cené jabalí con patatas”. 

No entendía por qué me lo decía, estaba fuera de contexto esa intervención. No sabía que respuesta era la adecuada así que le dije que no se preocupara, y la besé para romper esa situación tan desconcertante que se había creado, al menos para mí. 

Al cabo de un rato insinuó que quería levantarse porque estaba adolorida. No me extraña, había tenido durante una hora a un hombre de ochenta kilos encima de ella. La ayudé a alzarse y nos dirigimos hacía la valla para saltarla, aunque antes de alejarnos de nuestro escondijo improvisado, lo miré de reojo agradeciendo el habernos acobijado durante ese tiempo tan romántico. 

El número de personas en el parque había disminuido considerablemente, sólo quedaban unas pocas personas que seguramente no tenían reloj. No había rastro de ninguno de nuestros amigos. 

Esta vez nos dirigimos calle abajo hasta llegar a la avenida principal. Nos despedimos sin mucha palabrería; simplemente intercambiamos el número de teléfono para seguir en contacto. 

Ella paró un taxi y yo, cómo ya había gastado mucho durante el verano, me dirigí a la parada de bus. 

Llegué a mi piso muy tarde porque no hay muchos autobuses nocturnos por lo que tienes que esperar una eternidad. Lo primero que hice fue ducharme porque no me gusta irme a dormir con la piel sudada y porque dormir fresco es muy agradable. 
Antes de acurrucarme en mi colchón de látex me comí unas tostadas con mantequilla de cacao, y avisé a mis abandonados amigos que volvía a estar en casa. Había sido una gran noche. Salir con unas intenciones asentadas en la cabeza, y que de repente todo se transforme en una aventura improvisada con una chica que no conocías, lo encuentro maravilloso. Es más, el no saber que te espera el día de mañana es una de las razones por las que vale la pena vivir; claro que puede pasar una desgracia, pero siempre está el gusanito de curiosidad que dice: “Y si…”.

En una semana ya me había aclimatado completamente a mi vida cotidiana: trabajo, cenar con amigos, emprender mis hobbies y más y más, es decir, lo típico de cada año. Uno de los factores que rompían la monotonía era Cris; no nos habíamos vuelto a ver, pero hablábamos vía mensajes. Lo que más me sorprendió fueron sus respuestas con tono seco. Sus palabras escritas no eran dulces como las que entraron por mis oídos la otra noche. 

Yo siempre escribo mensajes llenos de onomatopeyas con tal de expresar mis sentimientos. No es lo mismo escribir “que buen chiste” en lugar de “que buen chiste ajajajajajajajaj”. Cuando recibo un mensaje me imagino a la persona diciéndome eso cara a cara. En el primer caso visualizo una persona con cara seca diciendo que el chiste era bueno, mientras que en el segundo caso, de manera más coherente, veo una cara alegre riéndose a carcajadas mientras intenta decir, con dificultad, que el chiste le gustó. Cris, muy a mi pesar, no tenía el mismo estilo de interpretación, así que fue difícil acostumbrarme a su frialdad. 

El otro factor que se juntaba con las respuestas breves y que me hacía creer que quería guardar distancias, era su manera de eludir mis invitaciones para ir a tomar un té o para ir a pasear. No me importaba la actividad, sólo quería verla. 
 
Al final intuí que no quería mantener ningún tipo de relación conmigo, más allá de amistad. Yo no me planteaba una relación seria, pero me sentía obligado a comprobar si la gran noche que pasamos juntos fue sólo un oasis o si realmente teníamos atracción mutua. 

Cuando ya había arrojado la toalla, es decir, ya llevaba dos días sin hablarle y había retomado intensas conversaciones con Camila, me escribió un mensaje para vernos ese mismo día en la tarde. Estuve tremendamente tentado de decirle que no; tampoco se trataba de aceptarle la primera invitación cuando yo se lo había insistido numerosas veces. Sin embargo, eran tantas mis ganas de ver como era sin los efectos del alcohol que acepté la cita. 

Mis recuerdos sobre ella eran las de una mujer con mucho estilo. La manera como vestía, nuestras conversaciones y su vocabulario me dieron esa idea. Pensaba que la recogería en la salida del metro que me había dicho, caminaríamos al son del atardecer y tomaríamos algo refrescante en la terraza de un restaurante. Dependiendo de cómo fuera la noche y el grado de proximidad que consiguiera, podríamos acabar en un parque, caminando agarrados de la mano y besarla en los labios al despedirnos. Éste no es mi estilo, pero figuraba que era el de Cris, y con la ayuda de películas amorosas recreé esta idealización sobre nuestra cita. 

Antes de salir hacía el punto de reencuentro, me vestí de manera informal con una pisca de elegancia: unos tejanos, zapatos deportivos-elegantes, una camisa blanca ajustada y por encima de mis hombros deslicé un jersey granate que le daba un color vivaz a mi cara. 

Cinco minutos después de la hora acordada, apareció una Cris vestida sin ningún encanto; dentro de la normalidad aunque sin corresponder a mis espejismos. Eso sí, la fuerza de su mirada seguía intacta. 

Al acercarme para saludarla, con el propósito de darle dos besos en las mejillas, hizo un movimiento brusco de cuello y me besó en la boca. Que precipitación, estaba desconcertado, el beso en la boca era para despedirse o si me apresuras, para el parque. A continuación, me cogió de la mano. 

Estaba en un shock, no entendía que pasaba. Me había ignorado por completo durante una semana y ahora me recibía como si fuera nuestra luna de miel. 

Intenté hablar de temas graciosos para crear un poco de confianza, pero tartamudeaba. Bien, tampoco me trababa mucho, pero la voz me temblaba. 
Caminamos unas cuantas cuadras hasta llegar a la plaza principal de la ciudad, donde se encuentran todos los servicios turísticos. Y justo cuando le iba a proponer ir a tomar algo, ella, como un relámpago lleno de electrones, mi tiró del brazo y entramos a una tienda de ropa. 

Había tres pisos divididos en secciones: niños, caballeros y damas. Me rogó para ir al piso femenino, y ahí estuvo mirando y escogiendo prendas que le gustaban. Odio ir de compras, sólo me faltaba esta bienvenida. 

Nos dirigimos a los cambiadores e hice el gesto de quedarme merodeando por la tienda mientras se probaba la ropa. Me dijo que la acompañara dentro; yo sería el jurado que daría el veredicto que cómo le quedaba todo. Mis ojos se iluminaron al ver unas piezas de ropa interior entre la montaña de mudas que cargaba. 
Entramos a un probador individual, cerró la puerta asegurándose que quedaba bien trancada y al girarse se me echó encima, tirando a un lado el montón prendas. No me resistí ni un santiamén y curiosamente dejé de pensar que nos encontrábamos en un lugar público. 

Fueron quince minutos intensos dignos de recordar toda la vida; hubiera preferido más rato, pero las circunstancias no lo permitían. En determinados momentos nos intercambiábamos los roles para pronunciar frases como Este te queda muy bien, aunque otro tipo de sonidos no relacionados con la ropa no los podíamos evitar. 

Al salir nos topamos con una larga cola de personas esperando para entrar a los cambiadores, todos mirándonos con cara de molestia combinada con picardía. ¡Qué vergüenza! Todos sabían lo que habíamos estado haciendo. 

Corrí hasta la calle, dejando atrás a Cris. Nos reencontramos sanos y salvos afuera, sin esa multitud de pupilas observándonos y analizándonos. 

Una vez tranquilizado, Cris me pidió que la acompañara a la boca del metro, tenía que irse. ¿Cómo? Habíamos estado juntos cuarenta y cinco minutos a lo más. Eso sí, en la primera cita oficial hemos hecho cosas en las que he tardado meses con otras amigas.
Nuestra caminata fue silenciosa, sin muchos comentarios entre medio. Y al despedirnos, volvió a hacer un movimiento brusco de cabeza para besarme las mejillas, eludiendo así mi beso en la boca. A eso lo llamo yo marcha atrás.

Reflexioné mucho sobre mi primera cita con Cris, fue una experiencia única. Decidí que no podía estar decepcionado, todo lo contrario. Otras veces me quejaba porque algunas chicas requerían de veinte encuentros para por fin agarrarles la mano, mientras que con Cris eso fue lo más insignificante de la noche.  

No sé qué busca Cris, yo desde luego no sólo quiero satisfacción carnal; para mí la atracción mutua y la intimidad son muy importantes. Es decir, me gusta salir a cenar para conversar, ir a tomar cócteles y entonces sí, acabar la noche cómo todas las parejas suspiran. Saltarse todos los preliminares es como ir a un restaurante y pedir directamente el postre. Lo puedes hacer una o dos veces, pero al final acabas harto y aburrido; el primer y segundo plato son requerimientos esenciales. 

De este modo, decidí mostrarle a Cris que a veces ir poco a poco – todo dentro de la misma noche – puede resultar más apasionante y excitante. 
Esperé cuatro días aproximadamente para invitarla a cenar a mi casa. Hablando por mensajes ya se mostraba más cercana que antes de nuestra cita, eso me daba firmes esperanzas. 

Pare recibirla cociné un risotto con animales marítimos; es de los manjares que mejor me salen. No quise cocinar más comida porque las chicas normalmente tienen poco apetito. También compré un vino Penedès para antes y durante la comida. 

Estando ya de camino me avisó que venía, eso me permitió comprobar que el piso estuviera en orden y no faltara ningún detalle para la velada.

Después de mostrarle el apartamento nos sentamos en el sofá con las copas de vino y empezamos a charlar, estábamos de lado, juntitos. Yo saboreaba el vino y ella se lo tomaba como si fuera agua; y entonces, se me lanzó encima. 

Ya le había dicho que el plan era tomar un poco, cenar mi plato estrella y entonces ya llegaría lo bueno. No obstante, parece ser que no tiene buena memoria y se olvidó del paso que más ilusión me hacía, la cena. No sabes la dedicación que le había puesto para que me saliera un risotto riquísimo.  

Podría haber parado en seco y decirle que no trastornara el plan, pero en el fondo un poco de flexibilidad tampoco está mal. Es decir, una buena cena después de un actividad física intensa siempre se disfruta más. 

Una hora y media después, mi sala estaba hecha un desorden; con toda la ropa dispersa por todos lados, y nosotros estirados en el suelo, exhaustos. Se levantó, se vistió y me dijo que se iba. Le dije que de ninguna manera, que tenía que probar mi risotto. Me dijo que no podía y al ver mi cara amarga añadió que ella no buscaba una relación sentimental. Yo no dije nada y entonces se fue. 

Me enojé bastante, la verdad. Tampoco busco una pareja estable, pero ser un poco humano y tener detalles diplomáticos siempre son básicos, es decir, tampoco se iba a morir si se quedaba a cenar. Si quiere quedar una vez a la semana sólo para satisfacer nuestra pasión lo encuentro bien, pero siempre con un poco de tacto, por favor. Ninguno de los dos nos tenemos que sentir utilizados, tal y como yo me sentía. No quiero ser el consolador de ninguna chica; soy una persona especial para que me utilicen sólo físicamente. 

Días después, a las seis de la tarde, estaba en la Plaza Gabón. 

Nos encontramos cinco minutos antes de la hora acordada; los dos habíamos llegado con antelación para ser puntuales. Sólo verla mi piel se estremeció y me vino una ola de exaltación poco ordinaria. 

Su falda gris y su gafas de sol colocadas entre su cabello le hacían parecer una artista intelectual. Al saludarla con dos besos en las mejillas pude oler la fragancia de su cabello, seguramente del champú, y también me vino una ráfaga de su perfume, muy femenino y fino. 

Al caminar por la calle la gente que cruzábamos nos miraba mucho porque hacíamos buena pareja, al menos eso quería creer. Me sentía agradecido, en cierta forma, de estar con tan buena compañía. 

Avanzamos como diez cuadras y queríamos seguir con el plácido paseo. Me encontraba muy cómodo a su lado, hablando con ella. No nos cansábamos porque íbamos a un trote relajado. Al pasar por delante de un lujoso restaurante, decidimos entrar a merendar. Pedíamos un surtido de pastelitos y dos batidos de chocolate. 

Cuando hablo detalladamente con una persona, cara a cara, no puedo mantener la mirada durante un periodo de tiempo prologado; tengo que moverla para un lado o para el otro con tal de minimizar la incomodidad. Con ella esto no sucedía, podía tener mis ojos clavados en los suyos durante muchos minutos. Nos comíamos con la mirada; conversábamos a través de la mirada. 

Al salir, las estrellas y una luna de cuarto creciente adornaban el cielo y fomentaban la idea de continuar la caminata que había sido perturbada por el restaurante. 
Atravesamos un parque muy bonito lleno de flores. Las farolas iluminaban tenuemente nuestro avanzar, que se había visto ralentizado al entrar en este jardín público. Nos sentamos en un banco para hablar, no me atreví a tocarle la mano, pero estábamos muy cerquita, esa proximidad señalaba interés mutuo. 
 
La acompañé al metro en el momento que ella manifestó que debía marcharse. Nos invadió una sensación de tristeza; nos apenaba ponerle fin a hermosa velada que habíamos pasado. 

Al llegar al metro se apartó descaradamente de la cola de entrada, haciendo ver que buscaba algo en el bolso. Yo me puse delante de ella y cuando alzó la cabeza de su bolso, como indicando que ya había encontrado el pasaje de entrada, la besé. Ella podría haber cortado o abreviado la situación, pero todo lo contrario, prolongó el beso lo más que pudo. 

Nos separamos y sin decir nada nos miramos, una mirada que se traducía en que ya hablaríamos para vernos otro día, y otro, y otro más. 




Hijos míos, mi diario es algo que nunca nadie ha leído, pero he creído oportuno que sepáis cómo se llegó y cómo fue la primera cita con Camila, vuestra mamá.

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