China - Shangái

Shanghái

     Hay personas que se preocupan por sus dietas. Hay personas que se replantean su futuro profesional. Y hay personas que reflexionan sobre el grado de infidelidad de su pareja. Yo, en cambio, me preocupo, me replanteo y reflexiono sobre mi manera de viajar. 
     La mayoría de gente que conozco viaja a lugares con unas características determinadas: playas, comodidad y modernidad. Por lo contrario, yo busco sensaciones diferentes siendo autenticidad la más importante. 
     Mis destinos a visitar suelen ser países con una cultura poco influenciada por la globalización. Sitios que mantengan sus rasgos propios. Y ya no sólo eso, también ciudades con una historia propia y profunda. 
Shanghái es la primera ciudad futurista que visito y un gran cúmulo de pensamientos son los que se han generado en mi mente analítica.

     Reconozco que subir la Shanghái Tower- el segundo rascacielos más alto del mundo- es espectacular, y tomarse una foto de noche en el Bond con todos los edificios iluminados, es confortante. Sin embargo, aparte de esto, ¿Qué más te puede aportar Shanghái? ¿Qué factor se puede tener en cuenta para visitar una ciudad como esta? 
     Los rascacielos construidos en los últimos veinte años son lo único significativo. Es una urbe sin historia. Cuando te compras la guía de Lonly Planet de la ciudad y emprendes alguna de las rutas marcadas, lo único que ves son el Astor House Hotel (el primer hotel de la ciudad), el Hong Kong & Shanghái Bank (el más importante de la ciudad en el siglo XX), el puente Waibaidu, el consulado de Rusia o el Shanghái Club (el favorito de los británicos el siglo pasado). Esto es lo único que te aporta la ciudad: superficialidad. 
     En el fondo, Shanghái transmite las sensaciones básicas del mundo en el que vivimos: modernidad, poder económico y el afán por ser el más alto de todos. 
     Y que quede claro que visitar Shanghái no significa visitar la China de la Muralla o de los Guerreros de Terra-Cotta. Shanghái es una de esas ciudades que han perdido toda su identidad, si alguna vez la han tenido, y ha pasado a ser simplemente un núcleo mundial común. Como digo, ya son pocos los sitios en este mundo que preservan sus rasgos propios. La cuestión está en buscar los centros más auténticos o menos influenciados.

     No digo que al visitar Egipto, México, Perú o Japón –países fundamentales en la historia de la humanidad- te conviertes en alguien más interesante o culto. Todo depende de cómo los visitas y qué provecho les sacas. No obstante, las sensaciones entre contemplar una alfombra de rascacielos y una cortina verde con ruinas incas son muy diferentes. Lo peligroso es cuando el placer de ver altos edificios iluminados es mayor que contemplar escenarios de una naturaleza desigual en donde el hombre puso, hace siglos, su pizca de gracia. Cuando eso sucede se prenden las alarmas y se afirma que ya no sólo hay edificios, comidas o modas globalizadas sino también personas globalizadas. 

     Hay muchos tipos de ciudades en el mundo y cada una se tiene que vivir de una manera concreta porque si no se pierden ciertas esencias, ciertas sensaciones. Por ejemplo, ir a Dubái en plan mochilero lo consideraría un pecado equivalente al de ir a la India con un viaje organizado, durmiendo en hoteles de lujo, teniendo chofer privado y desplazándote por el país a través del transporte aéreo nacional. 
     Y justamente eso es lo que aprendí en Shanghái. El último día fui a cenar a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, con vistas al Skyland, y después subí al bar de copas en el último piso de un majestuoso hotel. Allí mientras me tomaba un coctel dulce podía contemplar la nocturna ciudad con sus despiertos encantos. 
     Revoqué el placer de la comodidad y aparqué el placer del saber o aprender.
     Desde luego, Shanghái no es una metrópoli para hacer turismo sino para ser vivida al máximo con todo tipo de lujos. Conocer este tipo de ciudades y lo que te puedan dar es importante. Sin embargo, sigo considerando que a los veinte años no es el turismo ideal. Ya habrá tiempo de alojarse en hoteles de lujo, en compañía de prostitutas y alimentándose de cocaína -si es que algún día se considera oportuno o emocionante-. En cambio, aventurarse a los cuarenta años a un viaje de mochilero deja de ser coherente o incluso posible. Cada actividad en la vida tiene su tiempo, su lugar y sus maneras. 
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