El pueblo se ubica en el interior de un valle hermoso, lleno de fauna, flora y un río seco. El deslizamiento para llegar a la aldea fue chocante por tener que bajar siguiendo una carretera de tierra, muy estrecha, de doble dirección, llena de perros atropellados y con cuarenta curvas cerradas. Después de una hora de descenso, si mi reloj no se estropeó, pudimos contemplar desde otra perspectiva las autoritarias montañas, de unos mil metros de altura, que formaban el valle, creando una sensación claustrofóbica bastante remarcada. Eran unas vistas dignas de recordar, siempre con la ayuda de la cámara de fotos.
¿Y cómo era el pueblo? El pueblo se encontraba en los alrededores del camino de tierra principal, siendo éste la única vía de comunicación. Un municipio que se extendía a lo largo del camino, y no a lo ancho. De hecho, nunca supe determinar dónde empezaba ni dónde acababa.
Las casas eran de adobe, y por ser fin de semana, los vecinos estaban en las calles tomando el sol, oculto por las montañas, y sosteniendo un vaso de plástico que contenía un líquido transparente: ¿Agua?
José, después de tres meses de ausencia, fue parando de casita en casita para saludar a los conocidos más cercanos; todos padres o hijos de sus amigos de infancia. Y al llegar a su finca lo primero que hicimos fue bajar los alimentos traídos desde La Paz – dudo que en ese pueblo hubiera un supermercado o tienda de alimentos – y repartirnos los colchones para dormir.
Raúl-Diablo-Claudio estaba pasando por una mala época, según él los dioses aimaras lo habían maldecido: su mujer lo había abandonado, dejando a su recaudo la hijita, y el cultivo de uva había sido malo en las dos últimas temporadas por culpa de la constante lluvia. Además, aún tenía presente la muerte de su hermano en un accidente de tráfico por esos caminos de tierra tan peligrosos. Se encontraba en la miseria y en la desesperación.
El hombre de la barba le dijo además que buscara un par más de trabajadores y que el lunes los recogería en la iglesia del pueblo para iniciar el trabajo temporal de dos meses. Raúl-Diablo-Claudio fue a buscar a su primo, también con dificultades económicas, y a su mejor amigo. Ambos aceptaron y entre los tres organizaron una fiesta en casa del primo para celebrar el éxito del destino. La fiesta duró muchas horas, dese la tarde, después de comer, hasta la mañana del día siguiente. Sin embargo, el protagonista de la historia estaba restringido, en todas las circunstancias, por su hijita de cinco años. En la tarde la niña estuvo con ellos, pero antes de oscurecer su padre le ordenó irse caminando a casa. Eso le permitió quedarse hasta después de la medianoche, pues en el fondo se sentía obligado a regresar a su casa para no dejar a su hijita sola la última noche. Tuvo tiempo para tomar, divertirse y piropear a las mujeres, aunque a las dos se despidió de todos, tambaleándose, y quedó con su primo y amigo para encontrase al mediodía en la iglesia.
Raúl-Diablo-Claudio tenía la moto aparcada a unos cien metros de la casa de su primo.
Había clausurado su uso temporalmente, pero como el futuro parecía prometedor, se dio el lujo de utilizarla. Era como un regalo que se daba por su perseverancia y su coraje para superar los malos momentos.
Movió la moto para posicionarla en la dirección en la que tenía que dirigirse. Todos estos movimientos los hizo con dificultad y perdiendo el equilibrio porque, como el mismo remarcó, había bebido mucho de manera continuada.
Una vez subido en la moto avanzó con lentitud por el camino de tierra. Éste no tenía farolas ni ningún tipo de iluminación artificial, así que Raúl-Diablo-Claudio sólo contaba con la luz de su bicicleta motorizada. No se atrevía a correr mucho porque su estado de embriaguez le impedía visualizar el camino con exactitud y además sus reflejos eran poco fiables.
De repente, sin previo aviso, un abrumador ruido proveniente del margen derecho del camino le sorprendió. Su reacción instantánea fue frenar en seco.
El sonido que se escuchó no era el de un animal doméstico escapándose del desagradable chirrido de la moto. Para nada. Era un sonido con el cual Raúl-Diablo-Claudio no estaba familiarizado; no se podía imaginar que animal podría haber ajetreando las hojas de las bases y las cúspides de los árboles al mismo tiempo.
Encaró la moto en dirección al bosque, enfocando al sitio de donde se había producido el supuesto alboroto. La luz de la motocicleta no era muy potente por lo que sólo se iluminaron algunos arbustos y árboles.
Raúl-Diablo-Claudio permaneció en silencio para ver si descubría el animal culpable de su detención. Nada, ninguna alteración. Como último recurso centró su atención, otra vez, en la fauna. Todos eran arbustos verdes de un metro de altitud y árboles repartidos de manera desorganizada por todo el bosque. Empezó a creer que las cantidades de alcohol ingeridas habían aumentado y transformado el movimiento de un animal cotidiano en algo anormal.
Entonces, cuando iba a reprender el trayecto, algo le llamó la atención: todos los árboles del bosque estaban repartidos aleatoriamente excepto dos. Ese par de troncos, adentrados un par de metros desde donde empezaba la salvaje fauna, se posicionaban uno al lado del otro, dejando entre ellos un metro de distancia. A partir de aquí empezó a inspeccionar posibles anomalías alrededor de estos dos troncos. En primer lugar, los arbustos enfrente de éstos estaban medio aplastados. Y en segundo lugar, la base de los troncos era bastante voluminosa porque sus raíces eran exteriores; no estaban hundidas en el subsuelo. Sin embargo, aún reparó en otro factor. La corteza de estos árboles tenía el mismo color marrón al resto, pero la textura era diferente, menos abrupta y áspera.
Raúl-Diablo-Claudio no tenía miedo, sólo estaba intrigado. ¡Qué arboles tan curiosos los que tenía delante! Como la iluminación de la motocicleta no era suficiente, bajó y buscó una linterna en la maleta trasera de su moto. Cuando consiguió prenderla, después de tanto tiempo sin utilizarla, enfocó la parte superior de los dos árboles que había estado analizando. El shock fue paralizante. Lo que pudo ver fueron unos ojos rojos y brillantes, agresivos e intimidantes. Aparte de esa mirada depositada en él, Raúl-Diablo-Claudio también interiorizó una cara verde-oscura compuesta por la misma materia que los dos troncos. La cara no tenía forma humana, ni de cualquier otro animal que Raúl-Diablo-Claudio conociera. Era un rostro irregular en el que apenas se distinguía una nariz o una boca. Los ojos era la única parte que resaltaba con fuerza.
Lo que de verdad puso a Raúl-Diablo-Claudio en estado crítico no fue lo que había visto, sino algo que le vino a la memoria. Recuperó, del fondo de sus recuerdos, la historia de un ser gigantesco y malvado que habitaba los bosques de Luribay. Se dejaba ver escasas veces, pero cuando lo hacía, pocos eran los que sobrevivían para contarlo. Se decía que siempre operaba de la misma manera: te paralizaba con la mirada durante largos minutos y, cuando esos ojos poderosos te acababan de controlar, como si se ganaran tu confianza, empezaba a realizar unos movimientos malabaristas con los brazos. Su objetivo era captar tu atención, distraerte, mientras sus raíces exteriores raptaban por el suelo hasta que llegaban a ti, y te apresaban. Y a continuación, el gigante se acercaba y con un fuerte y amistoso abrazo te ahogaba.
Raúl-Diablo-Claudio y el gigante se contemplaban el uno al otro, se estudiaban. Era como si cada uno intentara adivinar lo que el otro haría. El gigante intentando no asustar al humano, y Raúl-Diablo-Claudio pendiente de poder anticiparse a cualquier ataque.
De repente, el estado de no-movimiento se acabó. El gigante levantó un brazo deforme con unos dedos torcidos y largos que aparentaban ser ramas de árboles. El sistema automático de Raúl-Diablo-Claudio le dijo: corre que ese brazo y esos dedos, con la pinta que tienen, no pueden ser buenos bajo ninguna circunstancia. Al mismo tiempo, el sistema consciente le dijo: acuérdate de su táctica Claudio, acuérdate de su conocida táctica. Raúl-Diablo-Claudio después de escuchar esos consejos tan interiores, comenzó a correr, como no podía ser de otra forma, arrojando la linterna por los suelos y olvidándose de la moto.
Se dirigió hacia la fiesta de la cual provenía. Corrió con todas sus fuerzas, sin querer mirar atrás. En un par de minutos, en puro ataque de nervios, entró a la casa gritando y avisando a todos que se escondieran porque un gigante lo estaba siguiendo. Algunos se escondieron, otros cerraron la puerta principal con llave, pero lo mayoría miraron de calmarlo, echándolo en el suelo y poniéndole toallas mojadas en la cabeza.
Pasaron las horas y ningún gigante apareció. Raúl-Diablo-Claudio acabó recuperando la normalidad, pero nadie de los ahí presentes se atrevió a negar lo que había visto porque todos, de niños, habían oído hablar del Gigante de Luribay.