Una ubre mundial,
Historia viva,
Transmitiendo tristeza,
Maldad transformada en perdón,
Berlín, volveré.
Berlín no es una ciudad cualquiera, es una metrópoli donde cada detalle ha sido meditado y donde cada decisión tiene un sentido. No hay muro que sea capaz de callar lo que ha visto.
1. Un vulgar y común parking de coches, al menos a primera vista, se sitúa entre altos edificios sin ningún encanto especial. Y entre el parking y las altas viviendas hay un jardín público.
Pisas el pasto muerto de ese jardín sin prestar atención al pasado: en referencia al tiempo y al verbo.
El jardín era el lugar donde Hitler solía pasear para despejarse, reflexionar y descansar; en otras palabras, era un núcleo de maldad y perversión.
Pero no sólo eso, además el suicidado Hitler, al acabar la guerra, fue incinerado por sus soldados en un punto específico de ese jardín. Y en el lugar exacto donde se quemó al demonio propulsor de toda la masacre, ahora hay un tobogán, un tobogán para que los niños despreocupados y felices jueguen en él.
Lo que en su día fue el nido de un cuervo asesino y saca-ojos, ahora es un nido de golondrinas que vuelan libres y en paz.
Cada particularidad tiene un significado en Berlín, nada se hace al azar.
Sin embargo, por alguna razón, los niños no juegan en ese jardín ni mucho menos en ese tobogán.
2. Ahí donde se queman libros se acaban quemando también seres humanos, fue una frase de Heinrich Heine, en 1821. En esa época la frase se focalizaba en la inquisición. Años más tarde, como la historia nos enseña, se volvió a repetir la advertencia: se empezaron quemando libros y se acabó con el holocausto.
Caminando por los pobres suburbios de Nueva York, vi a un vagabundo que había empezado a quemar revistas para calentarse del frío invierno americano, y al lado de la pila de revistas había también un montón de libros.
Llamé a los bomberos.
Nadie lo sabe, pero puede que ese día evitara una nueva catástrofe en la historia moderna o, como mínimo, que le salvara la vida al vagabundo.